Tal y como están las cosas en el mundo de la caza menor, no deja de ser frustrante que una vez abatida, por ejemplo, una perdiz o una codorniz, nuestro perro se niegue a entregárnosla, se la coma o nos la dé triturada y babeada.
Sobre este particular se dan diferentes grados, así como variadas son las causas, que van desde una predisposición genética a aquéllas aprendidas con la experiencia.
1. Castañea. Es aquel ejemplar que al entrar en contacto con la pieza abatida realiza movimientos con la mandíbula nerviosos o incontrolados. Excitación y ansiedad suelen ser las casas de tal proceder porque la presa es un estímulo apetitivo de alta significación. Esta acción afecta especialmente a perros de cazade carácter nervioso o hiperactivo.
2. Sacude. Para algunos canes su impulso cinegético sólo cesará al tener la certeza de que la presa está muerta, de ahí que la repetición de sacudidas secas laterales, sobre todo a conejos y liebres, sea una forma de certificar la muerte del animal y la imposibilidad de que éste escape. Una de las causas puede ser la disputa inconsciente, por parte del dueño, de los juguetes o señuelos al cachorro.
3. Atenaza. Es propio de perros dominantes y posesivos que compiten con el dueño y consiste en que el can, una vez cobrada la pieza, no tiene ninguna intención de entregarla. Como principal causa podemos mencionar el escaso vínculo afectivo y confianza con un propietario-cazador poco dado a prestar atención y afecto a su auxiliar.
4. Machaca. Afecta a aquellos ejemplares con una pasión desaforada por la caza que se relajan machacando o masticando la presa aunque no tengan intención de tragársela. Este comportamiento tiene mucho en común con el anterior y el motivo del mismo pueden ser los celos o competitividad con otros perros en el momento del cobro.
5. Traga. El máximo exponente de la boca dura es aquel perro que se zampa la pieza abatida. Algunos ejemplares se tragarán la presa de forma accidental y las causas más frecuentes son los celos, el hambre, la sed o el cansancio.
6. Esconde. Si no se trata de poner remedio de forma delicada a este proceder, acabará desembocando en algo peor, es decir, en tragarse al animal cazado. Es natural en perros que parecen haber recuperado ciertos impulsos ancestrales, convirtiéndose en especialistas a la hora de realizar el hoyo y después con el morro colocar cuidadosamente el cadáver, enterrarlo y asentar la tierra.
Prevención
La manera de prevenir la boca dura empieza desde que el cachorro cae en nuestras manos, tanto si éste muestra señales que podrían desembocar en este mal proceder como si aún no las ha puesto de manifiesto. Una estimulación precoz y un entrenamiento guiado a partir de numerosos juegos permitirán encauzar el cobro del cachorro y estrechar la relación con él al mismo tiempo que se ejercita. Evitemos rivalidades persiguiendo al perro cuando porta algún objeto y el “tira y afloja” de cada extremo de un trapo o palo. Tampoco abusemos de juegos compartidos con otros cachorros porque aumentarán la competitividad. Así mismo, no hemos de retirar el objeto de la boca del perro de forma brusca cuando por iniciativa propia él decide acercarse a nosotros. Resulta necesario que disfrute de su pequeña presión a la vez que recibe nuestro premio en forma de caricias. Los objetos a emplear han de ser apropiados en el sentido de incentivar el cobro y aceptar distintos pesos y texturas. Cuando se trata de piezas reales, la acción debe ser supervisada en los primeros momentos para evitar que aparezcan vicios como arrancar plumas, saborear sangre, hincar el diente, portar por un ala o pata...
Fuente: El coto de caza (30-04-2015)
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