Dicen que en la variedad está el gusto. Puede. En lo que no hay titubeo es en que la caza de la perdiz roja, en cualquiera de las tres modalidades básicas (en mano, con perro y en solitario), ejerce una atracción irresistible sobre miles de cazadores.
No está errado Miguel Delibes al aseverar que la perdiz es un pájaro con usía (“La caza de la Perdiz Roja en España”. Ediciones Destino), señorío que se acrecienta tanto o más que el número de cazadores deseosos de poner el punto de mira sobre la reina de la caza menor en nuestro país, no sin antes advertir como su corazón da un vuelco en cuantas ocasiones escuchan el ruido que la perdiz hace al volar.
Al salto
Ruidosas son también, en ocasiones, las conversaciones de aquellos cazadores que tratan de encumbrar una modalidad en detrimento de las restantes. En este caso, sin alzar la voz, sin deslegitimar a las restantes formas tradicionales, nos decantamos por cazar la reina al salto, es decir, sin otra compañía que la de un buen perro, decisión que tiene sus ventajas y sus inconvenientes, obligando a la escopeta a trabajar el cazadero, fiándose del perro y sabiendo lo que quiere hacer y por donde ir.
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